Voltaire, Breve digresión

La primera impresión del texto es de 1766, en El filósofo ignorante, publicada en Ginebra en lo de los Cramer.

En los comienzos de la fundación de los Quince-Veinte[1] se sabía que ellos eran todos iguales y que sus asuntos se decidían por la pluralidad de voces. Distinguían perfectamente al tacto la moneda de cobre de la de plata; nunca para alguno de ellos un vino de Brie pasó por uno de Bourgogne. Su olfato era más fino que el de sus vecinos que tenían dos ojos. Razonaban perfectamente a partir de los cuatro sentidos, es decir, conocían todo aquello que les estaba permitido saber; vivían apacibles y afortunados tanto como los Quince-Veinte podían serlo. Desgraciadamente uno de sus profesores pretendió tener claras nociones sobre el sentido de la vista; se hizo escuchar, intrigó, formó entusiastas; finalmente se lo reconoció como jefe de la comunidad. Empezó a juzgar soberanamente acerca de los colores, y todo se perdió.

Ese primer dictador de los Quince-Veinte armó un pequeño Consejo, con el cual se volvió el amo de todas las limosnas. Gracias a este medio, nadie se atrevió a resistirlo. Decidió que todas las vestimentas de los Quince-Veinte eran blancas; los ciegos le creyeron; sólo hablaban de sus bellas vestimentas blancas, aunque no hubiera una sola de ese color. Todo el mundo se burló de ellos; acudieron a quejarse al dictador, que los recibió muy mal; los trató de innovadores, de espíritu fuerte, de rebeldes, que se dejaban seducir por las opiniones erróneas de los que tenían ojos y que osaban dudar de la infalibilidad de su amo. Esta disputa dio origen a dos partidos. Para aplacarlos, el dictador sacó un decreto por el cual todas sus vestimentas eran rojas. No había un solo traje rojo en Quince-Veinte. Se burlaron de ellos más que nunca. Nuevas quejas de parte de la comunidad. El dictador se enfureció, los demás ciegos también; disputaron mucho tiempo y la concordia sólo se restableció cuando a todos los ciegos se les permitió suspender su juicio sobre el color de sus ropas.

Un sordo al leer esta pequeña historia confesó que los ciegos se equivocaron al opinar sobre colores; pero se mantuvo firme en la opinión de que sólo a los sordos les corresponde opinar de música.

Traducción: Graciela Esperanza, a partir de la versión publicada en la movida Zadig n°1.

NOTAS

  1. Nombre Hospicio fundado en París por Saint Louis, para la atención de los ciegos.

Ciudalitica | 2018

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