Por Francisco Ruiz.
Es posible realizar cierta lectura del caso Miss Lucy R. teniendo en cuenta la posición de Freud, su actitud como médico, posición de la que él mismo siempre estuvo atento. Podríamos decir, el psicoanálisis fue siempre desde sus inicios una práctica que requiere la indagación de la propia posición del analista, en su relación con el paciente. Además, es la indicación de Lacan en varias oportunidades a los asistentes a sus seminarios de que hay que estar dispuestos como analistas a interrogarse su propia práctica. Y esto en Freud tiene su razón de ser, porque es la atención a su propia conducta frente al paciente la que le permite descubrir algo nuevo en el tratamiento.
Una característica de la posición de Freud en el tratamiento de estas primeras histerias es la intención de curar el síntoma. La curación del síntoma está como objetivo en el tratamiento de la histeria, aunque Freud introduce formas novedosas. Primero hipnotizaba, luego empieza abandonar la hipnosis de a poco hasta convertir el tratamiento en lo que él mismo dice un «diálogo corriente». La hipnosis era un recurso con el que se intentaba curar el síntoma, aunque sus efectos terapéuticos no eran duraderos. Empiezan a ser duraderos cuando en el diálogo corriente se lograba el relato y el recuerdo de los contenidos que habían sido expulsados de la conciencia. Recién ahí el efecto tera-péutico, la desaparición de los síntomas, eran totalmente duraderos.
Podríamos decir entonces que las intervenciones de Freud en forma de sugestiones, preguntas, intervenciones asociativas o instructivas, estaban orientadas a lograr la curación del síntoma. En la forma instructiva, que Freud llevaba a cabo por ejemplo en la hipnosis, el objetivo era borrar un pensamiento perturbador, «Le mando no asustarse más de las estampas de los indios. Lo que deben causarle es risa». Porque Freud tenía la hipótesis, y antes de él también, que el síntoma histérico podía ser curado a través de la sugestión en estado de sonambulismo. En la forma asociativa, en cambio, que Freud llama también «análisis psíquico», la duración del efecto terapéutico era prolongado y es ahí donde va construyendo su teoría del síntoma como producto o resultado de fuerzas contrarias. La curación en este caso no se realiza por medio de instrucciones, sino a través del seguimiento del hilo de las palabras y de la conversación con el paciente, hasta llegar al relato de la escena de tipo traumática que ha quedado expulsado de la conciencia.
Ahora bien, la curación del síntoma y la noción misma de curación es parte del psicoanálisis como discurso, que intenta hacer que las cosas marchen y funcionen. Y es de alguna manera parte de la entrada en análisis, ubicar el síntoma dentro de la dimensión de lenguaje y de discurso. Es la dimensión del síntoma que J-A. Miller ubica como una dimensión clínica, diferente a la dimensión clínica del fantasma.
En Miss Lucy R. se observan una serie de síntomas ubicados en el cuerpo, por ejemplo, pérdida del olfato, y otros de carácter subjetivo como ser sensaciones olfativas. Es interesante que Freud nombra el síntoma de Lucy como «símbolo» y localiza, a través de preguntas a la paciente, la sensación olfativa de «harina quemada». Si Freud pregunta desde cuándo es que siente ese olor, de dónde procede, es porque supone que esa sensación olfativa tiene un origen y que ese origen no es una disposición hereditaria, aunque no niega que las haya. Supone un origen pero de carácter subjetivo y que implica un cierto saber. Freud mismo lo dice «decidí adoptar como punto de partida la hipótesis de que mi paciente sabia todo lo que había podido poseer una importancia patógena». Supone entonces que hay un saber no aceptado por la paciente, en calidad de olvido, de rechazo y de conservación en la memoria, aunque parezcan olvidadas.
Ante la pregunta sobre la primera vez del olor a harina quemada, la paciente logra ubicar una respuesta (la recepción de una carta), que no convence a Freud, el cual insiste en una segunda respuesta, que es el suceso que sí tiene para él valor traumático verdadero. Esta carta le abría la posibilidad a Lucy de abandonar su puesto de institutriz actual y volver a vivir con su madre, es decir, abandonar la casa donde vivía actualmente y en donde cuidaba unas niñas. Esto implicaba también romper la promesa que había hecho a la madre de esas niñas, la cual murió un tiempo atrás. Es decir, Lucy era por su propia promesa una especie de madre sustituta, era el lugar que ella sentía que debía ocupar. Pero Freud se pregunta por qué surge en este caso la conversión, y por qué elige el olor a harina quemada como símbolo. Razón por la cual Freud aventura una sospecha «Ud. está enamorada del padre, quizás sin darse cuenta exacta de ello», a lo que Lucy responde «no lo sabía hasta ahora, o mejor dicho, no quería saberlo».
Pero la escena-recuerdo final, que la paciente relata y que produce la desaparición de los síntomas en forma total, es aquella que describe Lucy en relación a una reprimenda que le hace a ella el padre de las niñas. Esta reprimenda le significaba a ella que su deseo amoroso hacia este padre no iba ser correspondido: «Esta violenta escena se desarrolló en la época en que Miss Lucy se creía amada y esperaba la repetición de aquel primer dialogo intimo, y agotó en flor todas sus esperanzas …». Luego de este relato y sólo después de esto, el síntoma desaparece por completo.
Lo que acabamos de ver en Lucy pertenece a lo que J-A. Miller llama la dimensión clínica del síntoma, que es una dimensión significante. Una prevalencia del síntoma en su vertiente significante y que permite la entrada en análisis. Esta dimensión del síntoma implica la representación del sujeto por el significante. Para Miller esta dimensión del síntoma implica una cuestión terapéutica, es lo que Freud intenta todo el tiempo, el levantamiento del síntoma. Esta dimensión del síntoma para Miller es también algo que concierne al analista, su deseo, pero subrayemos, en la creación del psicoanálisis, en los inicios donde Freud va inventando el método. A él lo orienta un «deseo terapéutico», que es a la vez un «deseo del médico». Sin embargo, lo que hoy conocemos con Lacan como “deseo del analista” no puede ser reducido a un deseo terapéutico. Queda la pregunta si existe continuidad o ruptura entre el deseo terapéutico de Freud con el deseo del analista desde Lacan.
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