Goce, Repetición y Pulsión de Muerte.- Gastón E. Vallé Lipreri

Goce, Repetición y Pulsión de Muerte, la revisión de estos conceptos resulta pertinente para caracterizar la subjetividad de la época. En un mundo globalizado, en constante «desarrollo», en permanente cambio aparente, la ciencia haciendo uso de la técnica y sus instrumentos de medición propone la homogeneización de los sujetos produciendo un atentado a la singularidad y al orden simbólico que brindaba cierta orientación. Sin embargo, aunque se trate de velar la falta con proliferación de objetos novedosos o construidos en serie, algo del orden de la repetición siempre aparece e insiste, siguiendo la perspectiva de Jacques Alain Miller, «algo que ha proporcionado efectivamente el psicoanálisis es que la vida es fundamentalmente una repetición, que nos damos la ilusión de lo nuevo, pero que de hecho, la vida está constituida por la repetición.» (1986, p. 73). Hay algo del orden de la repetición que insiste, aunque no es más que el retorno del mismo objeto con el disfraz de la novedad, se trata del objeto perdido mítico de la primera experiencia de satisfacción, el denominado objeto a.

En este contexto los sujetos se ven empujados a consumir con la creencia de apresar o reencontrar el ágalma. Esta búsqueda no finaliza nunca, porque se trata de un objeto perdido por estructura y la pulsión se satisface en su recorrido mismo. Por ello, el deseo es siempre insatisfecho, en su búsqueda de repetir el placer original, mientras que la pulsión siempre se satisface.

Lacan decía, «el análisis más que ninguna otra praxis, está orientado hacia lo que, en la experiencia, es el hueso de lo real.» (1964, p. 61). La dirección de la cura apunta a que el sujeto construya su propia respuesta, su sinthome. Es decir, como refiere José Pablo Feinmann (2016) recuperando a Sartre en su programa Filosofía aquí y ahora, “se trata de saber hacer con lo que hicieron de nosotros”. De ese modo, se restituye la responsabilidad del sujeto en lo que le pasa y se ubica su posición, desde la cual contribuye él mismo, de alguna manera, en su padecimiento.

El camino a seguir en la clínica es a través de la palabra, es decir, por vía de lo simbólico, para circunscribir ese real y para acceder al inconsciente estructurado como un lenguaje, para acceder a la dialéctica del deseo. «La regla analítica, para Freud, no consistía sino en recomendar al sujeto dejar venir sus pensamientos y convertirlos de inmediato en enunciados dirigidos a su analista convertidos en mensaje.» (Miller, 1999-2000, p. 242).

Para que el sujeto advenga como tal, hay que seguir la red significante, automatón,

donde uno regresa, vuelve, se cruza con su camino, los cruces se repiten y son siempre los mismos, y no hay en ese capítulo 7 de la interpretación de los sueños otra confirmación sino ésta: Hablen de azar, señores, si les da la gana, yo en mi experiencia, no encuentro en eso nada arbitrario, pues los cruces se repiten de tal manera que las cosas escapan al azar. (Lacan, 1964, p. 53).

Quiere decir que hay un entramado entre los elementos significantes, que tienen leyes que estructuran el discurso, éstas son la metáfora y la metonimia; equivalentes a la condensación y desplazamiento en la concepción freudiana.

En el camino hacia el deseo nos hallamos con un escollo, se podría decir, con un opositor al deseo, éste es el goce. «El goce no es una función dialéctica […] el goce no es el goce de Otro.» (Miller, 1986, p. 149). No tiende al lazo, es del orden auto-erótico, no dialéctico, incluso puede prescindir del Otro.

«El deseo está ligado a la cadena significante y por ende a sus permutaciones, por eso es muy móvil, es dúctil, plástico al significante. Por el contrario, las relaciones del goce con el significante son relaciones de exclusión.» (Miller, 1986, p. 150). Entonces, surge la pregunta ¿cómo incidir sobre el goce mediante el significante?

El goce es una perturbación del cuerpo y el deseo es una defensa contra él. «El goce no proporciona placer, el goce es antinómico con el bienestar, puede incluso confinar con el dolor.» (Miller, 1986, p. 152). Sin embargo, la anulación total del goce implicaría el fin de la vida, no se puede vivir sin gozar. El goce es del orden pulsional, sin medida, sin ley, por ello la propuesta de un análisis es artesanalmente construir diques, acotar el goce y lograr que sea los más vivificante posible.

Se infiere cierto parentesco entre Goce y Pulsión de Muerte a partir de la lectura de Lacan. Freud no empleó el término Goce a lo largo de su obra, e incluso expresa que el concepto de Pulsión de Muerte se le impuso por su práctica clínica, donde captó que su hipótesis de que el aparato psíquico se regía por el principio del placer se refutaba. El síntoma presenta una contracara al placer, una cara de goce, además evidenció la dificultad de algunos pacientes de ceder ante el displacer, ante el goce en el transcurso de la cura lo que lo llevó a teorizar sobre la reacción terapéutica negativa.

En nuestra época también se impone hablar de Pulsión de Muerte, para elucubrar sobre el atentado sobre sí mismos de los sujetos. Freud decía, «[c]ontra el exterior existe una protección […]. Mas contra las excitaciones procedentes del interior no existe defensa alguna.” (1920, p. 2520). Las prácticas suicidas, toxicomanías, el consumo de aparatos tecnológicos, los nuevos monosíntomas, anorexias, bulimias y obesidades, ludopatía. Además, las inscripciones en el cuerpo, tatuajes, cirugías estéticas, aros, etc. dan las coordenadas de la época y los recursos de los que se sirven los sujetos para paliar el malestar, el punto común es el desenganche del Otro y el propio cuerpo como instrumento. Miller denominó la época que asistimos como del Otro que no existe. Ante lo cual el sujeto responde como puede, puesto que los ideales parecen haber caducado o, por lo menos, perdieron su efectividad, a partir de la debilidad de la medida fálica a partir de la pérdida de potencia del Nombre del Padre.

No obstante, no se trata de añorar al padre, ni restituirlo, debemos ir más allá de esa función y valernos artesanalmente de nuevos recursos. Cada uno irá construyendo su solución singular, a partir de encontrar cómo se articula en su economía psíquica su síntoma y qué función en su subjetividad, transferencia mediante con un analista. Los analistas no debemos perder de vista la singularidad de los sujetos y tener en cuenta que el sujeto hace uso de los objetos de un modo particular e inconmensurable.

«La sesión analítica […] induce una experiencia de la extimidad, a saber, que en el seno mismo de aquello que es para mí más interior aparecen elementos de los que no puedo responder y, que están allí, que eventualmente se encadenan, me faltan o, por el contrario, afluyen y me despojan, en ese punto, de mi iniciativa.» (Miller, 1986, p. 243). Se trata en la práctica analítica de saber hacer con esos elementos, se trata de poder apropiarse entre saber y verdad de esos significantes e instrumentarlos con una respuesta única e irrepetible frente al malestar en la cultura, se trata de una praxis que incide sobre el sufrimiento.

 

Bibliografía

  • Feinmann, José Pablo. 21 de septiembre de 2016. Programa: Filosofía aquí y ahora. ¿Qué hacemos con lo que hicieron de nosotros? [Archivo de video]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=bzzsoMyO_VU
  • Freud, Sigmund (1920), «Más Allá del Principio de Placer». Obras completas -1ª. Ed., 4ª reimpr. – Buenos Aires: Ed. El Ateneo, 2011.
  • Lacan, Jacques, (1964), El Seminario libro 11. -1ª ed. 20ª reimp. – «Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis». Ed. Paidós, Bs. As 2013.
  • Miller, Jacques-Alain, (1986), «Recorrido Lacan» Conferencias Caraqueñas, Cap. IV «La Transferencia de Freud a Lacan”. Ed. Manantial, Bs. As.
  • Miller, Jacques-Alain, (1999-2000), «Los usos del lapso”, Cap. III, V y XII. Ed. Paidós.

Ciudalitica | 2018

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