La “elección” del sexo y las coordenadas de la sexualidad en el siglo 21 Sebastián Ibañez*

El descubrimiento Freudiano no radicó esencialmente en el descubrimiento de la sexualidad humana sino más bien en su carácter indomeñable, ineliminable  para el yo. Sexualidad que no es del orden de una programación biológica ni instintiva, en tanto que el instinto está regido por un saber a priori por ejemplo el animal sabe cuándo aparearse, sabe cómo regular su organismo etc. En cambio la sexualidad humana se encuentra habitada por el mundo de las pulsiones que es de otro orden.  Freud definirá a la pulsión en su escrito Pulsiones y destinos de pulsión (1914)  como (…) un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma (…)  pulsiones que signaran la sexualidad humana como un terreno paradojal e imprevisible,  y por lo tanto del orden de lo indomesticable, en este mismo escrito Freud dirá respecto de la pulsión (…)  La pulsión en cambio, no actúa como fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante (…). Podríamos agregar una fuerza que no tiene ni alza ni baja,  ni son ni ton.

También establecerá que dicha pulsión es acéfala, asexuada, no tiene sexo, lo que hará que cada ser que habla tenga que “elegir” su sexo,  en tanto este no está “dado de antemano”. Elección que no es consciente, sino que es  del orden de lo inconsciente, Elecciones que marcaran e imprimen modos de goce distinto.

Jacques Lacan psicoanalista francés, a través de las llamadas “formulas de la sexuación”, planteadas en su seminario 20 “Aun” indica que, cualquiera sea su sexo (…) Todo ser que habla se inscribe en uno u otro lado (…). Del lado masculino tenemos un goce marcado por una lógica fálica y por una forma fetiche de amor, en cambio  del lado femenino tenemos por un lado el No –todo, es decir, que no todo en la mujer está regida por una satisfacción fálica, sino que hay una parte de ella que escapa a esta satisfacción, que es del orden de lo ilimitado, de lo que no se contabiliza, y su forma de amar adquiere la forma erotómana. Por lo tanto como vemos, no es lo mismo una posición de goce femenino que una posición de goce masculino, modalidades distintas que anudan en cada ser parlante el amor, el deseo y la  pulsión de un modo peculiar. Todo ello, independientemente del órgano genital, en tanto que la sexualidad excede lo genital, va más allá de él. No obstante tenemos un cuerpo, hay órganos genitales que imprimen satisfacciones distintas, Sigmund Freud dirá en su escrito “Sobre una degradación general de la vida erótica” (1912) (…) la anatomía  es el destino (…)

En el marco de esta perspectiva, la sexualidad transciende al género. La denominada “identidad de género”, plantea un identidad sexual como algo inherente a una suerte de “esencia humana”, fundamentalmente en relación a como uno ser percibe , que imagen capta de ello, como  se nombra y /o nomina, el psicoanálisis en cambio nos enseña que para el ser que habla no hay identidad, en el sentido de “uno mismo” de un “yo soy”, ya que el yo siempre está marcado por una profunda alteridad, es siempre un “yo-Otro” en tanto que,  en la constitución más temprana del niño, para que su yo se constituya, es necesario y fundamental que esta imagen del yo sea antes que nada una imagen que venga del Otro.

 En tal sentido allí donde se espera una identidad siempre habrá un vacío, y como tal el ser humano necesita identificarse a algo de afuera de sí mismo, es decir, que este vacío estructural hará que el ser que habla tenga que resolverse en algo que venga de afuera.

El psicoanálisis nos advierte que toda identidad es fallida, en tanto que desconoce de la alteridad y de la imposibilidad que la habita.  Vemos como en la actualidad los distintos modos de nombrar la sexualidad, de la mano del derecho y de la llamada identidad de género promulgada por éste,  han hecho existir una serie de nominaciones tales como: trans, neutro, queer, asexuado etc. Nominaciones que implican modos de gozar tomados en su singularidad y que ya no refieren a la norma fálica que estipula el nombre del padre, es decir, que no podemos pensar la sexualidad sin las coordenadas simbólicas de la época actual y sus consecuencias en la misma.

 La tradición como un modo de goce ya no opera, ya no está la tradición para poner límite a lo sintomático de cada uno, en tal sentido si el Otro de la tradición que regulaba los goces individuales ya no es lo que era, ya no opera, tomando las palabras  de Jacques Alain- Miller psicoanalista francés el “Otro que no existe”, signo de esta época, entonces será  lo de “uno mismo” lo que hará de síntoma para velar  la propia realidad psíquica de cada sujeto.

 En la época actual impera cada sujeto con su goce identificados a estos grupos. Podríamos pensar que son respuestas  a la imposibilidad de identificare con el sexo, de poder entablar ahí una adecuación, sin embargo un sujeto puede identificarse con una mujer pero su goce  puede seguir siendo masculino o viceversa. El psicoanálisis nos enseña la disyunción que hay entre la imagen y el goce, entre  lo que se dice y lo que es, entre la palabra y las cosas.

En tal sentido hay un empuje a  la singularidad que el derecho promueve “se puede gozar como quiera, cada uno a su manera”, sin embargo estamos advertidos que el querer de un ser humano no se corresponde con lo que desea, en ese punto la sexualidad humana se encuentra signada por una profunda inadecuación, por lo tanto habría una disyunción entre el deseo y el derecho.

 La pregunta que nos hacemos seria ¿Qué sucede  cuando el deseo se vuelve derecho? El deseo refiere a lo más singular de cada sujeto, es lo más individual de cada quien, el derecho en cambio es homogeneizante, dictando un “para todos por igual”. La paradoja que habita  las llamadas elecciones de género es que se tiene derecho a “ser individual” pero para caer automáticamente en una clase: queer, trans, neutro etc., un doble movimiento que nombra lo individual para rápidamente borrarlo. En tal sentido vale aclarar que este empuje a la singularidad de la época no es la misma “singularidad” que persigue el psicoanálisis, en tanto que la “singularidad analítica” por llamarla de algún modo, tiene que ver con el modo de gozar  más individual de un sujeto, lo que no se compara con ningún otro, ese  que no hace clase con otro.

Tal vez el psicoanálisis nos enseñe, en un dialogo con otros discursos, dos aspectos: por un lado que estas nominaciones constituyen “soluciones” o “salidas”, “semblantes”, “modos de hacer”  con el agujero que habita todo ser humano, el de la imposible relación sexual, de la imposible inadecuación con su sexo. Por otro, encontrar una solución a sabiendas de que no hay solución posible, solo hay modos de hacer, frente a un incurable propio de la realidad humana.

Bibliografía

  • Sigmund Freud Volumen XIV .Trabajo sobre metapsicologia y otras obras Pulsiones y destinos de pulsión. Editorial Amorrortu .Pag114
  • Sigmund Freud Obras completas 2. Sobre una degradación general de la vida erótica. Editorial El ateneo. Pag. 1716
  • Jacques Lacan Seminario XX Aun Una carta de Almor. Editorial Paidos. Pag. 96
 
 
*Trabajo inspirado en las XIV Jornadas regionales de los CID.

Ciudalitica | 2018

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