2do Congreso Regional de Psiquiatría y Salud Mental - Romera Sabrina y Agostinelli Gabriela

¿Cuáles son las coordenadas de nuestra época y cómo influyen en la producción de subjetividades? ¿Por qué decimos que el sujeto toxicómano es quien mejor representa la época?

  1. Freud escribe un texto en el año 1929 titulado El malestar en la cultura, para dar cuenta de que el malestar es inherente a la existencia humana. Este malestar que se encuentra en cada cultura, en cada sociedad, dirá que es estructural e ineliminable. Ensaya entonces diferentes recursos que las culturas han ido inventando para hacer con él, y nombra: el amor, la religión, el arte, incluso el consumo de narcóticos, pero nos advierte al final que no hay un modo mejor o único de hacerlo, sino que cada sujeto deberá encontrar su solución.

En la época freudiana el malestar social, el sufrimiento, se encontraba vinculado a las renuncias que la vida en sociedad exigía. Época en que la familia, las prohibiciones y el amo funcionaban como ordenadores. Como reverso, en la actualidad nos encontramos con un imperativo: un empuje a gozar cada vez más, sin límites.

Aquí es importante aclarar de qué hablamos cuando decimos goce en psicoanálisis, ya que no se refiere al uso habitual que solemos hacer de él. Esto tiene que ver con algo que descubre Freud, y es que el sujeto no siempre busca su bien. Más bien, nos dice, del sufrimiento se puede obtener una satisfacción, que no es lo mismo que el placer. Esta idea de cierta satisfacción en el sufrimiento, es lo que Lacan denominará goce.

Entonces decíamos que en la actualidad, y agregamos, como un efecto del discurso capitalista, nos encontramos con un sin freno, un imperativo a gozar que resulta mortificante. Se trata entonces de tener cada vez más, de consumir más, de ser más feliz, de rendir más y mejor… El discurso capitalista produce lo que Lacan denominó “la caída del Nombre del Padre”, es decir, de ese punto de amarre que ordena y organiza un discurso. Implica la caída de los grandes relatos, de aquellos ideales que antes orientaban los modos de vivir. Se trataría de una crisis con respecto a la autoridad simbólica y a su credibilidad.

Estamos en la época hipermoderna; el prefijo hiper da cuenta ya de este exceso donde en principio, y cabría preguntarse si es así, pareciera no haber frenos ni cortes.

El modo de hacer con el malestar propuesto en esta época, es por la vía del objeto de consumo, un modelo de vida igual para todos, con la promesa de que así se lograría alcanzar la tan anhelada felicidad. Estos objetos tienen la característica de proveer una satisfacción fugaz que reanima de inmediato la insatisfacción, es un círculo. Entonces, quien no alcanza este ideal, no pone en cuestión este modelo sino que se cuestiona a sí mismo: no se esmera lo suficiente, debe esforzarse más, aparece la exigencia. Aunque este ideal sea imposible de alcanzar, comanda las subjetividades y como consecuencia encontramos su contracara: la depresión, el cansancio, el consumo de psicofármacos, ciertas patologías del acto como anorexia, bulimia, obesidad, ataques de pánico, entre otras. Pocas veces nos percatamos que en este circuito el sujeto ha devenido un objeto más del mercado, o como dirá J. A. Miller en “consumidores consumidos”.

Ahora bien, con este panorama ¿Cómo traducir esta problemática del consumo a nuestra práctica profesional? ¿Cuáles son los paradigmas y leyes vigentes en relación a las adicciones? Nos encontramos en la actualidad con un debate que gira en torno a dos grandes ideas: el de la “tolerancia cero” y el de “reducción de daños”.

El paradigma de la tolerancia cero tiene como objetivo la abstinencia total del sujeto, donde el acento está puesto en el objeto droga, desconociendo los efectos que tal prohibición puedan tener para cada sujeto en particular. Estamos ya advertidos de que esta vertiente prohibitiva en muchos casos empuja al sujeto a un consumo aún más feroz. Se habla entonces de “guerra contra las drogas” como si el problema, el mal, estuviera en el objeto.

Por su parte, el paradigma de reducción de daños es solidaria con la Ley de Salud Mental y Adicciones 26.657, que especifica en el artículo 4 que “Las adicciones deben ser abordadas como parte integrante de las políticas de la salud mental (…)”. Vemos en este punto, que se produce un pasaje que permite desligar al sujeto consumidor del estereotipo del delincuente.

Podría decirse que este paradigma se encuentra más próximo a la lectura que desde el psicoanálisis podemos hacer. Se habla aquí de “uso” problemático, de reducción de daños, lo cual ya nos da la pauta que implica un trabajo de escucha, para precisar cuál es el daño en cada quien, en cada uso de sustancias, en cada cultura.

Pero entonces ¿qué es lo que el psicoanálisis en su especificidad puede aportar al tratamiento de las toxicomanías?

Vamos a empezar a adentrarnos en las coordenadas de la posición del psicoanálisis en la clínica con esta problemática.  La palabra Pharmakon, de la que deriva fármaco, que viene de la cultura grecorromana, en su etimología encontramos  un doble sentido: de remedio y de veneno, una cara tóxica o benéfica. Debatían en ese entonces, aquí  en relación al vino, si el problema estaba del lado del sujeto o del lado de la sustancia. Debate aún actual. Con relación a esto diremos que la posición del psicoanálisis es que la problemática está del lado del sujeto.

Lo primero que habría que ubicar es que, hablamos de fenómeno toxicómano, éste no es una categoría clínica, sino que es transclínico, esto quiere decir que puede presentarse en lo que conocemos como estructuras psíquicas a saber: neurosis, psicosis y perversión, cumpliendo una función diferencial en cada una de ellas.

Desde el psicoanálisis utilizamos la palabra toxicomanía, es una palabra que al descomponerla ya nos da un indicio de lo que se pone en juego: por un lado la manía que hace referencia a un sin freno, un exceso, un no poder parar, y por el otro el tóxico. ¿Qué es lo tóxico? Se habló de goce, hay algo tóxico ahí por no ser un bien para el sujeto. Pero ¿es eso suficiente para hablar de toxicomanía?

Esto nos lleva a ubicar un concepto, que no tiene solo importancia epistémica sino clínica, el de la función del tóxico, que se refiere a la relación particular de un sujeto con el objeto droga. Y podemos agregar, sus efectos en la economía psíquica. Hacemos una aclaración, es relevante el objeto droga, las cantidades, la frecuencia, de hecho Freud hablaba en malestar en la cultura como característica del uso de narcóticos, que estos tenían la capacidad de influir en el quimisimo, esto significa que no se pueden negar los efectos del objeto droga, de algo externo que produce sensaciones en el cuerpo del sujeto. Si bien esto está, pero no es desde ahí desde donde trabajamos.

No todo aquel sujeto que consume sustancias es un sujeto toxicómano, retomando función y economía psíquica vamos a hacer una diferencia. Un consumidor: es un sujeto que usa el objeto droga, para paliar el malestar, para aliviar el sufrimiento, para estar a la altura de la época y rendir más o ser feliz, como un recurso entre otros. Este consumo no rompe lazos, de hecho a veces los favorece, el acto del consumo es dentro del campo del Otro. Regulado, acotado con medida. Si pensamos en el pharmakon sería en su vertiente de remedio, como una muleta. Ahora bien, cuando esta muleta que antes se podía manejar, se vuelve siniestra, camina sola, es inmanejable, aquí podríamos decir, se produce un desencadenamiento a la toxicomanía, quedando por fuera del campo del Otro simbólico, también del otro, del par (familia, pareja, amigos), su trabajo, su estudio etc.  Dejando afuera hasta el sujeto como sujeto mismo, en el sentido de que nada falta, se produce un rechazo al inconsciente, lo único que parece importarle es su pasión por el objeto droga. En esta pasión podemos ubicar el aspecto económico, el sin freno, sin límite y el cada vez más, quedando el sujeto reducido al acto de intoxicación, del cual se obtiene una certeza de goce, es decir, el saber sobre el objeto droga y sus efectos en el cuerpo: “Yo tomo esto y me produce esto”. Acto silencioso, sin dudas, sin preguntas, sin palabras, porque hablar ya significa restituir algo de lo simbólico que este sujeto rechaza.  Acto que no puede parar de hacer.

Lo visible entonces en la toxicomanía es este cuerpo, ubicado en un lugar central en el acto de intoxicación, que se muestra agitado, transportado, marcado, caído. Es un cuerpo que sigue el camino de la pulsión de muerte.

Con este panorama ¿Cómo llegan a consulta? Una de las modalidades puede ser por sobredosis. Cuando llegan a las instituciones, éstas funcionan como límite. Al decir de Silvia Botto, “Las intervenciones van en el sentido de instalar un No desde lo real, en las intervenciones en el cuerpo, impidiendo lesiones, intoxicaciones”. Agregaré evitando la muerte. Este tratamiento es preliminar y se resalta la importancia del abordaje entre varios, en equipo, para asistir en esta urgencia.

Otra manera en que llegan a la consulta es por sus padres, parejas, amigos, personas significativas, ahí sí encontramos la preocupación, la pregunta en el no saber qué hacer. Esto deja claro cómo esta problemática afecta al entorno del sujeto, también necesitan contención, implica un abordaje también con ellos, por supuesto.

¿Pero cómo se hace con este sujeto toxicómano? Lo primero que queremos ubicar es el caso por caso, porque no hay reglas para todos igual. Sí podemos decir, que lo primero es hacer existir un Otro, encarnado por el practicante analista, desde un lugar que no implique el saber absoluto. Un Otro incompleto, reverso a la posición de certeza de goce que el sujeto toxicómano obtiene en su acto. Cuando nos ubicamos ahí, es posible que permitamos que advenga un sujeto, orientándolo a que hable de otra cosa que no sea del objeto droga, tan certero para él, porque lo que no sabe es por qué lleva adelante este acto. Se trata de restituir la palabra, para que aparezca este sujeto cuya problemática es anterior al objeto droga con el cual busca taponarla. Una dirección posible en la neurosis, sería ir en contra de la identificación “soy drogadicto”, que provocaría como consecuencia, que el sujeto culpe a los otros. Una vez destituida esta ficción, se trata de que la responsabilidad recaiga en el sujeto.

 En definitiva, ir más allá de la droga, para descubrir las coordenadas de los verdaderos conflictos que atraviesan su subjetividad, a partir de lo cual podría encontrar modos de satisfacción más vivificantes.

BIBLIOGRAFÍA

Freud, Sigmund. (1929) El malestar en la cultura en Obras completas, tomo XXIII, Amorrortu

Freud, Sigmund (1920) Más allá del principio de placer en Obras completas, tomo XVIII, Amorrortu

Lacan, Jacques (1938) La familia, Ed. Argonauta.

Lacan, Jacques (1972) Conferencia de Milan, inédito.

Ley Nacional de Salud Mental  y Adicciones N° 26.657 (2011)

Andreani, Natalia (2014) Apostillas TyA Córdoba: Efectos tóxicos de la tolerancia cero, Publicación del CIEC.

Miller, Jacques Alain (1993) Para una investigación sobre el goce autoerótico en Sujeto, goce y Modernidad, Ed. AtuelTyA.

Naparstek, Fabián (2005) Introducción a la clínica con toxicomanías y alcoholismo I, Ed. Grama.

Botto, Silvia (2003)El psicoanálisis en las instituciones. Un tratamiento de las Toxicomanías en El psicoanálisis aplicado a las toxicomanías, Ed. TyA Buenos Aires.

AUTORAS

AGOSTINELLI, GABRIELA: Lic. en Psicología. Integrante del CID-SGO DEL ESTERO. Docente en Licenciatura en Psicología de UCSE. Coordinadora del grupo de investigación «Las toxicomanías» perteneciente al CID -SGO. DEL ESTERO.

ROMERA, SABRINA: Lic. en Psicología. Integrante del CID-SGO DEL ESTERO. Integrante del grupo de investigación «Las toxicomanías» del CID-SGO. DEL ESTERO. Psicóloga en Dirección de género perteneciente a la Secretaría de DDHH de la provincia.

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