Clase n°2: "NEUROSIS, REPRESIÓN Y DEFENSA" Docentes: Gabriela Agostinelli, Sabrina Romera, Sebastián Ibañez.*

1° parte

Por Sabrina Romera

La primer referencia al tema se hará en relación a Freud, tomando un texto perteneciente al tomo Estudios sobre la histeria de 1893, llamado Sobre el mecanismo psíquico de fenómenos histéricos: comunicación preliminar. En este texto Freud se halla investigando, junto a Breuer, qué es lo que ocasiona las formas y los síntomas histéricos, lo que lo lleva a desarrollar una primera noción de trauma, constituyéndose esto como una primera etapa en Freud. En relación a los desencadenantes de los síntomas histéricos, dirá que “suelen tratarse de vivencias que al enfermo le resultan desagradables comentar, pero principalmente, a que en realidad no las recuerda, y hartas veces ni vislumbra el nexo causal entre el proceso ocasionador y el fenómeno patológico”.

Hay un factor accidental, un trauma psíquico, que comanda la patología de la histérica y establece una analogía con las neurosis traumáticas, en cuanto al afecto de horror, de angustia, vergüenza, dolor psíquico que puede ocasionar una vivencia.

El trauma psíquico, entonces, sería el agente provocador que desencadenaría el síntoma. El trauma, o su recuerdo, dirá Freud que “obra al modo de un cuerpo extraño que aún mucho tiempo después de su intrusión tiene que ser considerado como de eficacia presente”.

En este período, Freud se encuentra aún experimentando con el método de la hipnosis, a la cual le da todo su valor sosteniendo que “los síntomas histéricos singulares desaparecían enseguida y sin retornar cuando se conseguía despertar el recuerdo del proceso ocasionador, convocando al mismo tiempo el afecto acompañante, y cuando luego el enfermo describía ese proceso de la manera más detallada posible y expresaba en palabras el afecto. Un recordar no acompañado de afecto es casi siempre totalmente ineficaz”.

Este recuerdo que Freud quiere despertar a través de la hipnosis, ese nexo, corresponde a esos traumas que, dice, no han sido suficientemente abreaccionados. No se lo abreaccionó o no ingresó a la cadena asociativa.

¿De qué depende la pérdida de afectividad de un recuerdo? Depende de muchos factores, pero lo que más importa, dice Freud, es si frente al hecho se tuvo o no reacción, si frente a una determinada vivencia el afecto fue sofocado, ya sea por la naturaleza del trauma –por ejemplo, la muerte de un persona amada– o por el estado psíquico en el cual sobrevino la vivencia -por ejemplo, un estado paralizante, de terror, que imposibilitó reaccionar frente a lo que sucedía-. “Ambas clases de condiciones pueden desde luego conjugarse, y lo hacen a menudo”.

En el primer caso, cuando se tuvo reacción frente al hecho, dirá Freud que también puede tratarse de cosas que el enfermo, por la naturaleza misma del trauma, quería olvidar y por eso “adrede” las reprimió, desalojó, de su pensar consciente, las inhibió y sofocó. Es la primera vez que aparece el verbo reprimir con el sentido que luego tendrá para el psicoanálisis, pero es un período en que represión es empleado como equivalente de defensa. Hasta aquí entonces, represión y defensa son equivalentes, y el verbo reprimir va acompañado por un adverbio en sentido de “adrede”, “intencionalmente”. El acto de represión es introducido por un empeño voluntario, hay un motivo, lo que no implica que haya una intención consciente. La represión entonces es entendida más bien como un “querer olvidar”.

Respecto al segundo caso, el estado psíquico en que sobrevino el trauma, lo lleva a diferenciar en la histeria un estado de conciencia normal y otro patológico. Lo cual le permite hablar de una escisión de la consciencia, una doble consciencia, que existe de manera rudimentaria en toda histeria. El fenómeno básico de toda histeria entonces es la inclinación hacia la disociación.

Pasamos ahora al siguiente texto con el que se trabajó, titulado Sobre la psicoterapia de la histérica del año 1895, también en el mismo tomo, donde Freud se va a referir a la noción de defensa concretamente, sin distinguir claramente este concepto del de represión.

Respecto de la defensa dirá que surge frente a una representación que resulta inconciliable para el enfermo. Son representaciones patógenas, “de naturaleza penosa, aptas para provocar los afectos de la vergüenza, el reproche, el dolor psíquico, la sensación de un menoscabo, todas ellas de tal índole que a uno le gustaría no haberlas vivenciado, preferiría olvidarlas”. ¿De qué se defiende el enfermo? De una representación inconciliable, dirá, que provocó una fuerza de repulsión del lado del yo.

Luego, esta defensa prevaleció de hecho y la representación correspondiente fue esforzada afuera de la consciencia y del recuerdo. Así, en apariencia, era ya imposible pesquisar su huella psíquica. La representación entonces se habría vuelto patógena a causa de la expulsión y represión, -dirá, esfuerzo de desalojo-. Y más adelante agrega que el no saber de los histéricos era en verdad un “no querer saber, más o menos consciente y la tarea del terapeuta consistía en superar esa resistencia de asociación mediante un trabajo psíquico.”

Si en el texto anterior entonces se hablaba de un querer olvidar, aquí podemos nombrarlo como un “no querer saber”.

Más adelante en su texto, estamos ahora en la página 286 donde se refiere a estas resistencias, especialmente a los casos en que aparece bajo la forma de un menosprecio, en el sentido de “ahora se me ha ocurrido algo pero no vale para nada”, esto no es importante, etc. Dirá que en estos casos siempre se debe agudizar de manera especial el oído, ya que es, en efecto, signo de “una defensa lograda” y agrega: “De ahí que uno pueda inferir en qué consistió el proceso de la defensa: en tornar débil la representación fuerte, arrancarle el afecto”.

Tenemos entonces hasta aquí el “no querer saber” y esto último que agrega, “arrancarle el afecto” a la representación como el proceso de la defensa.

Vamos ahora al texto Representaciones inconscientes e insusceptible de consciencia. Escisión de la psique. Este texto tiene su importancia ya que aquí va a plantear una diferencia con respecto a lo que se vio en la Comunicación preliminar, donde hablaba de una doble consciencia en los casos de histeria. Lo importante de este texto es cómo Freud detenta que existe esta escisión, pero que la misma no es con respecto a la consciencia sino a la psique. Es la psique la que está dividida, por eso algunas representaciones son inconscientes y otras insuceptibles de consciencia. Con respecto a estas representaciones insusceptibles de consciencia, que lo trabaja ya en Psicoterapia de la histérica, dirá que son patológicas:

la actividad psíquica representadora se les descompone en consciente e inconsciente, y las representaciones en susceptibles y insusceptibles de consciencia. No podemos entonces hablar de una escisión de la conciencia pero sí de una escisión de la psique.

El pensar consciente no pude influir sobre las representaciones subconscientes ni rectificarlas. Sin embargo, estas representaciones subconscientes provocan fenómenos somáticos, es decir que tienen una incidencia actual.

¿Por qué está condicionada esta escisión de la psique? Dice Freud que puede ser debido a la defensa:

el voluntario extrañamiento de la consciencia respecto de unas representaciones penosas. Pero ello sólo sucede en ciertas personas, a quienes por eso debemos atribuir una peculiaridad psíquica. El hombre normal consigue sofocar esas representaciones, y entonces ellas desaparecen por completo; o no lo consigue y entonces le vuelven a aflorar una y otra vez en la consciencia.

Y conjetura la posibilidad de que la defensa no sólo haría inconsciente unas representaciones singulares sino que consumaría una real y efectiva escisión de la psique.

 

2° parte 

Por Sebastián Ibañez

Los textos de Freud que se trabajarán en esta parte de la clase, son: Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa  (1896), Las neurosis de defensa (1896), La sexualidad en la etiología de las neurosis (1898), La represión (1914)

Durante este periodo de investigación y de elaboraciones teóricas, comprendido entre 1896 hasta 1914, Freud va diferenciando y cerniendo más aún sus  conceptos a medida que se va encontrando con los impasses y dificultades en la práctica y campo clínico. Asimismo, además de ir estableciendo diferenciaciones, va otorgando más valor y sentido a ciertos descubrimientos y va dejando de lado otros.

Especifica los mecanismos psíquicos de las neurosis, en su escrito Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa del año 1896, donde afirma: “he reunido la histeria, las representaciones obsesivas, así como ciertos casos de confusiones alucinatorias aguda, bajo el título ‘neuropsicosis de defensa’”, porque “se había obtenido para estas afecciones un punto de vista común a saber – ellas nacían mediante el mecanismo psíquico de la defensa (inconsciente) […]”.

Defensa que, como lo menciona Freud, sería la encargada de desligar el afecto de la representación. Dicho afecto emprendería los caminos del cuerpo en la histeria, o bien se mudaría en reproche en la obsesión. La noción de defensa constituye el centro nodal y alrededor del cual irá desplegando sus elaboraciones. Si bien en escritos anteriores la menciona, aquí logra otorgarle su justo lugar.

De este modo va ampliando los mecanismos desde la histeria hacia la neurosis obsesiva,  hasta llegar a la neurosis de angustia. Confiere un valor fundamental y un lugar esencial a lo sexual como etiológico y constitutivo de las neurosis. En su escrito La sexualidad en la etiología de la neurosis del año 1898, afirma: “He llegado en los últimos años al discernimiento de que unos factores de la vida sexual constituyen las causas más próximas y de mayor sustantividad practica en todos los casos de afecciones neuróticas […]”.

Tal como se mencionó, le confiere una alta importancia a lo sexual, en tanto que a esta altura Freud sentenciaba que para la constitución de las neurosis era necesario y de fundamental presencia la existencia de unas “vivencias sexuales traumáticas” de la “primera  infancia” y por tanto no sabidas por los pacientes. De este modo, circunscribe elementos y tiempos lógicos que le permiten poder avanzar en la teorización de las neurosis y sobre todo en su causación. Menciona que no bastaría un momento cualquiera para despertar la neurosis sino que, “es preciso que estos traumas sexuales correspondan a la niñez temprana”, dando lugar  a la noción de dos tiempos para la causación de la histeria: uno que tiene que ver con una vivencia en un tiempo posterior a la pubertad, y que dicha vivencia reanime o despierte la “huella mnémica” de un primer tiempo de la infancia. Es decir que no bastaba con un momento actual para que se despierte la neurosis sino que era necesario este momento anterior de la temprana infancia.

Si bien aún no cuenta con la noción de pulsión como concepto en sí mismo, ya Freud empieza a hablar de “influjos sexuales nocivos”, de “representaciones inconciliables”. Al respecto dirá: “no puedo indicar con seguridad el límite máximo de edad hasta el cual un influjo sexual nocivo entra en la etiología de la histeria”. A lo largo de todos sus escritos cobra un valor fundamental el factor “quantum”, en relación con la cantidad de energía psíquica. En efecto, definirá al trauma como una cantidad de energía que no ha sido ligada psíquicamente. A la par que va situando los mecanismos constitutivos de las neurosis a partir de la histeria, va ampliando su horizonte y especificando hacia la neurosis obsesiva dando cuenta de sus particularidades y diferencias con la histeria.

Sitúa una pasividad en la histeria respecto a cómo fue vivida esa “vivencia traumática”, sosteniendo lo siguiente: “halle cumplida esta condición especifica de la histeria –pasividad sexual en periodos pre sexuales- en todos los casos de histeria analizados (entre ellos hombres) […]”. Y del lado de la neurosis obsesiva sitúa una diferencia sustancial con respecto a esta, ya que menciona en la misma unas “[] agresiones ejecutadas con placer y de una participación que se sintió placentera”. Es decir, que lo que se vivió placenteramente, una vez pasada la pubertad, retorna a modo de “reproche”, “punición” y culpa. De este modo, para Freud las representaciones obsesivas serian siempre “reproches” que retornan de la represión.

Hasta estos escritos empieza a mencionar la represión no aun como un mecanismo psíquico especifico en sí mismo sino como un modo de defensa.  A esta altura de sus elaboraciones represión y defensa son sinónimos. Pero esto sería hasta su escrito La represión del año 1915, escrito que le permite avanzar hasta llegar a una conceptualización propia de la represión como mecanismo psíquico en sí mismo, que fue desarrollado unos meses posterior a Las pulsiones y sus destinos en donde logra definir la pulsión.

Es decir, que para poder especificar la represión como un mecanismo psíquico en sí mismo, mecanismo que recaería exclusivamente sobre la moción pulsional y el cual tendría como objetivo fundamental “rechazar algo de la conciencia y mantenerlo alejado de ella”, era necesario primero poder definir la  pulsión y, a su vez, tener una nítida separación entre consiente e inconsciente, que hasta esta altura no lo tenía como sistema tópico.

En este mismo escrito supone la existencia de una represión primaria y fundante que, tal como lo menciona Freud, “consiste en que a la agencia representante psíquica de la pulsión se le deniegue la admisión en la conciencia, estableciéndose una fijación” y luego “una segunda etapa de la represión, la represión propiamente dicha recae sobre los retoños psíquicos de la agencia representante reprimida .o sobre otros elementos que han entrado en un vínculo asociativo con ella”.

Así, la noción de defensa se ubica como anterior a la de represión. Ya no son dos términos indistintos, como Freud los usaba antes de este escrito.

Desarrollará también conceptos fundamentales como “Formación de compromiso”,  una suerte de nuevo “compromiso” o pacto para que estas representaciones inconciliables ingresen a la conciencia, con la condición de que ingresen de manera “desfigurada”. En Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa dirá que:

los recuerdos reanimados y los reproches formados desde ellos nunca ingresan inalterados en la conciencia, lo que deviene consiente como representación y afecto obsesivo, sustituyendo al recuerdo patógeno en el vivir consiente, son unas formaciones de compromiso.

El  ejemplo de ello serían las representaciones obsesivas, que serían “reproches” mudados, y los síntomas histéricos, inervaciones, parálisis etc.

Formación de compromiso, represión y defensa parecen ser conceptos que van iluminando el camino que va trazando Freud en la búsqueda de un sentido, trazando trozos de saber, piezas sueltas, ya que a medida que avanza en un sentido, se encuentra con un agujero en el saber por el otro.

 

3° parte  

Por Gabriela Agostinelli

Para el desarrollo de esta parte retomaremos los siguientes textos: Lo inconsciente de 1915, la Conferencia 23: Los caminos de la formación de síntoma de 1915-1917, Neurosis y Psicosis de 1924, Conferencia 31: la descomposición de la personalidad psíquica de 1932,

Se tomará como primera referencia el texto Lo inconsciente (1915). El antecedente del presente texto es La interpretación de los sueños de 1900. En él desaparece por completo la explicación neurológica de la psicología y queda establecido de una vez para siempre el inconsciente, mostrando como este trabaja. En el texto Lo inconsciente Freud retoma y amplia esta conceptualización.

De la represión dirá que “no consiste en cancelar, en aniquilar una representación representante de la pulsión, sino en impedirle que devenga consciente”. Aquí, el rechazo está del lado de la conciencia, quedando ésta en el estado de lo inconsciente como una cualidad. A partir de esto dirá que lo reprimido es sólo una parte del inconsciente, pero no recubre todo lo inconsciente. Se hace la pregunta acerca de cómo podemos llegar a conocer lo inconsciente, y dirá que conocemos a lo inconsciente sólo como consciente a partir de una traducción que el trabajo analítico hace posible.

Va a decir que tanto en sanos como en enfermos hay actos psíquicos de los que la conciencia no es testigo, declarando que los procesos anímicos son inconscientes. La condición de inconsciente como marca de lo psíquico no es suficiente para establecer su característica. A partir de esto sustituye en un sentido sistemático conciencia por Consciente, inconsciencia por Inconsciente y le agrega el aspecto dinámico.

Un acto psíquico pasa por dos fases, entre las cuales opera una censura: en la primera es inconsciente, pertenece al sistema Inconsciente y si no pasa la censura se llamara reprimido; y si sale airoso susceptible de conciencia a esto lo llama preconsciente y en el sentido sistemático Preconsciente. Con estos sistemas tópicos más lo dinámico de los procesos anímicos se separa el psicoanálisis de la psicología descriptiva de la conciencia. Ubica estos sistemas no en un sentido anatómico, no en la anatomía, pero si en el cuerpo.

Si bien hay un divorcio tópico entres los 3 sistemas, una representación puede estar presente al mismo tiempo en dos lugares del aparato psíquico. “Transcripciones diversas y separadas en el sentido tópico pero de un mismo contenido”.

La cancelación de la represión sobrevendrá si la representación consciente, tras vencer las resistencias, entra en conexión con la huella mnémica inconsciente, y cuando esta se haga consciente, he ahí el éxito. Esto se logra si el analista le comunica la representación que reprimió.

Posteriormente, en la Conferencia 23: Los caminos de la formación de síntoma (1915-1917), con lo primero que nos sorprende Freud es con la afirmación de que “todos somos neuróticos”, “puesto que las condiciones para la formación de síntomas pueden pesquisarse también en las personas normales”. Estos síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libera “en torno a una nueva modalidad de satisfacción pulsional”: las dos fuerzas enemistadas se reconcilian por medio de la formación de síntoma, por eso es tan resistente.

Aquí introduce el concepto de libido, su funcionamiento y cómo colabora en quebrantar la represión. Entonces, lo que causa la neurosis es que la libido insatisfecha, rechazada de la realidad, busca otros caminos para la satisfacción respondiendo al principio de placer: emprende la regresión a los puntos de fijación. Si esta regresión despierta contradicción en el yo, pues habrá neurosis.  Habla de una libido nostálgica: “todo tiempo pasado fue mejor”, por esto su carácter inmutable. Esta transfiere su energía a las representaciones pertenecientes al sistema inconsciente y está sometida a los procesos de condensación y desplazamiento.

Se preguntará: ¿Dónde halla la libido las fijaciones que le hacen falta? La respuesta la encontrará en las vivencias de la sexualidad infantil. Su importancia es que por primera vez despiertan las orientaciones pulsionales que el niño trae consigo en su disposición innata, por pertenecer a la raza humana, por ende un ser sexuado y, a su vez, por vivencias “puramente contingentes” de la infancia -ya no habla aquí de la teoría de la seducción-, que son capaces de dejar como secuelas fijaciones de la libido.

Entonces, la neurosis es efecto de Constitución Sexual (vivenciar prehistórico) sumándole el Vivenciar infantil, que darán como resultado la predisposición por fijación libidinal. A esto se le suma el Vivenciar accidental traumático del adulto. Lo interesante es que Freud se plantea si estas vivencias libidinales no tuvieron importancia en ese momento y si solamente adquiere relevancia por regresión. Hablará de las neurosis infantiles: se contrae la enfermedad como consecuencia directa de las vivencias traumáticas. Si estalla la neurosis más tarde, vía el análisis se descubre es la continuación directa de esta neurosis infantil que estaba velada. 

Así hace presente que entre la intensidad y la importancia patógena de las vivencias infantiles y las más tardías existe un carácter de complementariedad.

Sostiene Freud, posterior a esto, que el neurótico queda adherido a un punto de su pasado y que el síntoma repite de algún modo aquella modalidad de satisfacción de la infancia, que al ser desfigurada por la censura nace el conflicto y aparece el sufrimiento. El síntoma, entonces, aparece como algo irreconocible.

Hay hechos de la infancia que pertenecen al “patrimonio indispensable de la neurosis”, que él escuchaba en el historial juvenil: la observación del comercio sexual entre los padres, la seducción de una persona adulta (sobre esta terminará diciendo que en realidad es la manera de encubrir el periodo autoerótico del quehacer sexual) y la amenaza de castración, con la prohibición de la satisfacción autoerótica. 

Continúa diciendo que estas escenas infantiles no siempre son verdaderas sino que son parte de la realidad psíquica, en oposición a una realidad material y dirá que “en el mundo de las neurosis la realidad psíquica es decisiva”.  Toma aquí a la fantasía: su fuente viene de las pulsiones y, por medio de estas, se logra una satisfacción. Aspiran al placer, no sólo sexual. Al respecto, dirá que “los objetos y orientaciones de la libido resignados no lo han sido por completo, son retenidos con cierta intensidad en las representaciones de la fantasía, encuentra en ella el camino a cada fijación reprimida”.  Posteriormente, declarará que la retirada de la libido a la fantasía es un estadio intermedio del camino hacia la formación del síntoma: colabora con la libido para quebrantar las represiones.

A partir de lo cual sostiene que no sólo hay que tener en cuenta el aspecto dinámico en el desencadenamiento etiológico, sino que se le debe sumar lo económico. “El conflicto entre dos aspiraciones no estalla antes que se hayan alcanzado ciertas intensidades de investidura, por más que preexistieran las condiciones de contenido”. En relación a esto último, dirá que las disposiciones de todos los seres humanos son de igual genero cualitativo y solo se diferencia por proporciones cuantitativas.

En Neurosis y Psicosis (1924) aparece la novedad de que la neurosis es el resultado de un conflicto entre el Yo y el Ello. Aquí, el Yo se defiende de las mociones pulsionales provenientes del Ello por medio del mecanismo de represión. “Lo reprimido se revuelve contra ese destino y siguiendo caminos sobre los que el yo no tiene poder alguno, se procura una subrogación sustitutiva que se impone al Yo por vía del compromiso el síntoma”. Da otro giro y va a sostener que el Yo responde a los dictados del Superyó. Del cual dirá que sus reclamos poseen más fuerza que las exigencias pulsionales del Ello. 

Así, tanto la neurosis como la psicosis son generadas por un malogro de la función del Yo. Esto dependerá de las constelaciones económicas, de las magnitudes puestas en juego. Empieza a sospechar que hay un enlace del Superyó y el Ello, pero aun no puede precisarlo.

En la Conferencia 31: la descomposición de la personalidad psíquica (1932), Freud gira su atención de lo reprimido a lo represor. Lo llamará Superyó y tendrá como función la conciencia moral y la observación de sí, con un patrimonio energético autónomo del Yo. Lo cualifica como severo y hasta cruel. Va a decir que este no está desde el inicio como la vida sexual, porque el niño es amoral, no posee inhibiciones: solo quiere alcanzar el placer. Así es como afirma que el Superyó es desempeñado primero por la autoridad parental y que, de manera secundaria, en ese lugar de la instancia parental aparece el Superyó. Esta trasmutación se realiza por identificación, a la cual diferencia de la elección de objeto. No es lo mismo querer ser como el padre que querer poseerlo. Le va a agregar que es también el portador del Ideal del yo con el que el yo se mide. Va a sostener que en realidad el Superyó se construye no sobre los progenitores sino sobre el Superyó de ellos. Así el superyó aparece como heredero del complejo de Edipo.

Continuando, referirá que “toda la teoría psicoanalítica esta edificada sobre la percepción de la resistencia que nos ofrece el paciente cuando intentamos hacerle consciente su inconsciente”. El paciente no sabe nada de ella sólo que traba sus ocurrencias, su resistencia era inconsciente, tan inconsciente como lo reprimido, no sabe de sus contenidos y para saber necesita de cierta labor. Entonces, “a lo reprimido tenemos que atribuirle más bien una intensa pulsión aflorante, un esfuerzo por penetrar en la conciencia”. Con lo cual, sectores del Yo y del Super yo son inconsciente. A partir de esto, no llamará sistema inconsciente al ámbito ajeno al yo sino que empieza a nombrarlo en el sentido sistemático como Ello: parte oscura, inaccesible, lo que sabemos de él es por medio de los sueños, los síntomas neuróticos. En su extremo está abierto a lo somático: ahí acoge las necesidades pulsionales, se llena de energía de las pulsiones, busca la satisfacción de ellas según el principio de placer. En él no hay nada equiparable a la negación, es atemporal y lo componen mociones de deseo que nunca salieron de allí, tanto como aquellas que fueron hundidas por la represión, que no continúa en el Ello sino que lo reprimido confluye en él. Son virtualmente inmortales y se comportan aun por décadas como acontecimientos nuevos. En cuanto al factor económico, la energía de las mociones pulsionales es movible y susceptible de descarga, por eso se producen aquí los desplazamientos y condensaciones y prescinden completamente de la cualidad de investido.

El Yo entonces se constituye como aquella parte del Ello modificada por el mundo exterior, sustituyendo el principio de placer por el de realidad. Tendencia a la síntesis y unificación (estadio del espejo). El tiempo, la razón y la prudencia en lo dinámico son endebles, toma prestado del Ello sus energías. El Superyó se sumerge en el Ello como heredero del complejo de Edipo, y el Ello comercia con el mundo exterior solo a través del Yo. No se deben entender como fronteras tan tajantes.

Se podría sintetizar diciendo que para Freud la neurosis surge del conflicto entre pulsión y defensa, cuando esta fracasa la pulsión logra cierta satisfacción, que es lo que Lacan llamará goce.

El Síntoma, entonces, logra satisfacer a la vez la pulsión y la defensa. Logra satisfacer a la pulsión a pesar de las prohibiciones y a través de ellas al Superyó y aparece el síntoma aquí como conflicto.

Llegados hasta aquí, en lo que sigue se trabajará, a partir del primer y último Lacan,  algunos mojones y puntuaciones en torno a neurosis, represión y defensa. Veamos.

En un primer tiempo, Lacan sigue más de cerca a Freud, se podría decir al modo de un traductor. En el seminario 4 formaliza el concepto del falo y en el 5 aparece el Nombre del Padre como concepto principal para la neurosis. Si bien estos conceptos estaban ya esbozados en Freud, son diferentes a como los formula Lacan porque introduce una nueva relación entre estructura clínica y estructura del lenguaje. Esta última aparece a partir de las elaboraciones de Jakobson en torno a la metáfora y la metonimia, fundamentadas en la diferencia entre significante y significado, y de Levi Strauss, en relación al padre, con la estructura clínica que con Freud conocemos como la relación Edipo–Castración. Su modo de entrada fue la incorporación del lenguaje a partir del efecto de sentido. A esta altura introduce también el grafo del deseo para poder pensar la neurosis, para continuar trabajando en el Seminario 6 El deseo y su interpretación en relación a sus consecuencias. En definitiva, podría decirse que la primer clínica es una clínica del deseo, existiendo una  tajante diferencia entre psicosis y neurosis: las dos maneras en que aparece el Otro, barrado y sin barrar.

En su libro Clínica de las neurosis Mónica torres se pregunta si Lacan era estructuralista. Al respecto, la autora responde, por un lado, que sí, en tanto Lacan toma la noción de estructura, sin embargo, es el único que habla y piensa en la estructura del sujeto, es decir, que elabora una teoría del sujeto compatible con el concepto de estructura. Por otro lado, la autora sostiene que no, ya que los estructuralistas tienden a que los conceptos cierren. Por el contrario, todo en Lacan, en su enseñanza, fue un esfuerzo para que la estructura no cierre sino que permanezca siempre abierta. Retomando la palabra enseñanza, es Miller quien advierte que Lacan usa esta palabra como siempre haciéndose.

María Esther Novotny, en el seminario de otoño del CIEC La forclusión generalizada: neurosis y psicosis, va a referirse a esta enseñanza  como algo que “supone transferencia, el dicho del que enseña, del que discute, del que practica, el cuerpo vivo de la escuela, de los institutos […]”

Volviendo a Lacan, en relación al concepto de sujeto dirá que no es un dato inicial sino que de entrada está el Otro que lo preexiste, el Otro de la estructura del lenguaje, el lugar del código, del tesoro de los significantes, que incide con un significante que tiene un efecto mortificante en el sujeto. Otro que lo marca, la madre, el padre, el Otro social. El síntoma aquí también se goza de manera negativa, como en Freud.

Este sujeto entonces se construye en una pérdida, por eso Lacan lo escribe tachado por la estructura del lenguaje y el Otro. El sujeto se constituye como lugar vacío, la falta en ser que define a la neurosis. Si es neurótico, no podrá convertirse en psicótico. Tomando como ejemplo el caso Schreber, tiene acceso a la palabra, se realiza en la estructura del lenguaje pero no en la estructura clínica. Lacan usa el Nombre del Padre para hacer esta diferencia. Quiere decir que en el lugar del Otro del significante sin barrar, se tiene que inscribir el Otro como lugar de ley barrado. Sólo pasando por el Otro barrado el sujeto logra constituir las formaciones del inconsciente: sus síntomas, sus lapsus, sus sueños, chistes. Esta existencia de una falta en el Otro, da fundamento a que la estructura nunca cierra. Lo que permite mostrar a Lacan que desde el inicio hay algo que se va a escapar a la verificación.

En cuanto a la represión, tomando la Introducción al comentario de Jean Hyppolite sobre la verneinung de Freud, y La respuesta Jean Hyppolite sobre la verneinung de Freud y  el Seminario 3 Las psicosis, diremos que en el inconsciente tenemos lo reprimido, lo desconocido por el sujeto una vez que fue afirmado primordialmente la Bejahung, afirmación de lo simbólico que puede fallar. Por ejemplo, en la psicosis se experimentó el mundo de lo simbólico, pero no fue afirmado primordialmente, no quedó inscripto para él. Es necesaria esta inscripción para que luego recaiga sobre eso la represión y retornen como formaciones del inconsciente. En la psicosis lo que no ha sido simbolizado, retorna en lo real, alucinación, forclusión.

En la neurosis la castración ha sido simbolizada, queda inscripta aunque no puede ser reconocida, retornando por vía de lo reprimido. Aquí la represión aparece como un modo de saber no sabido, no sabe que sabe, sobre la falta en el Otro.  Da como ejemplo clínico el mecanismo de denegación, para hacer una afirmación se pone el no adelante. Freud en el texto La negación de 1925, plantea que si al sujeto nadie le preguntó y dice “no es mi madre”, es la madre.

El punto de capitón está dado por la presencia del significante del padre. Lo que transforma a un sujeto en neurótico es la relación entre el Nombre del Padre y el Deseo de la Madre. La Metáfora Paterna sería que el significante del Nombre del Padre va a sustituir al Deseo de la Madre, que no lo nombra todo, produciendo la significación fálica. Se observa una predominancia de lo simbólico y de lo imaginario sobre lo real.

En la clínica del Nombre del Padre la condición de neurosis o psicosis depende de algo que sucede en el campo del Otro. Resulta crucial aquí puntuar los tiempos del Edipo. Veamos. En un primer tiempo, el niño se identifica al falo de la madre, como objeto de deseo. Deseo de deseo. Se juega el ser o no ser. En el segundo tiempo, aparece el padre en la interdicción que permite separar al niño de la madre, no reintegraras tu producto, y prohíbe al niño el acceso a la madre. Padre interdictor, que dice no. Esto es mediado por la madre que es quien lo establece como quien le dicta la ley. En el tercer tiempo, el padre se constituye en donador, positivo, un padre que dice que sí, que le permite al niño identificarse con él, guardarse el falo en el bolsillo. El que lo tiene es el padre y el niño podrá llegar a tenerlo. Identificación al Padre, Ideal del yo y Superyó. Se trata aquí de tener. Es diferente en el caso de la niña que no tiene esta identificación viril, sino que ella sabe dónde está, donde buscarlo y se dirige ahí.

Podemos sintetizar al Nombre del Padre como metáfora, y la metonimia en lo referente al deseo, a la falta en ser. El neurótico es alguien que tiene pasión por su falta en ser.

Se podría decir que la neurosis se establece aquí como una clínica de la pregunta: ¿Quién soy yo para el Otro? El grafo del deseo nos muestra todas las preguntas del sujeto sobre el sexo en la histeria y sobre la existencia en la neurosis obsesiva.

 

HISTERIA

Por Sabrina Romera

En lo que vamos desarrollando pudimos ver cómo pensaba Freud a la histeria, pasando por el mecanismo de conversión mudando el afecto en el cuerpo, como mecanismo para la formación de síntomas, hasta su etiología, donde una vivencia sexual prematura vivida de forma pasiva e insatisfactoria marcará para siempre su desarrollo.

Pero además del mecanismo psíquico de conversión, hay en Freud otros aspectos que irá desarrollando a lo largo de su teorización con respecto a la histeria y que serán retomadas por Lacan para su desarrollo.

  • Deseo insatisfecho y la pregunta histérica
  • Identificación
  • El goce de la privación

Deseo insatisfecho:

La cuestión del deseo insatisfecho, podríamos decir que es el paradigma de la histérica, es un dato estructural. Esto es algo que descubre Freud y que Lacan lo trabaja en el Seminario 5, donde desarrollará la diferencia entre demanda y deseo, subrayando que el deseo no tiene que ver con un objeto sino con su relación a otro deseo. El deseo, dirá Lacan, es deseo de deseo porque no apunta a un objeto de satisfacción como en la demanda. “En efecto, el deseo de la histérica no es deseo de un objeto sino deseo de un deseo, esfuerzo por mantenerse frente a ese punto donde ella convoca a su deseo, el punto donde se encuentra el deseo del Otro.”

De este modo, la insatisfacción pone de relieve también su relación con la falta. El sujeto histérico está siempre dispuesto a encontrar la falta en el Otro, a castrar al amo, que es por un lado una manera de sostener vivo el deseo del Otro, pero también, por el otro, es la condición del sujeto histérico para poder desear.

Ejemplo: La bella carnicera llega a Freud en los tiempos en que había escrito La interpretación de los sueños. Se suponía era un especialista en el tema. Llega para mostrarle que ella tenía un caso que contrariaba su teoría, es decir, llega y lo pone en falta. Cito del Seminario 5:

Quiero dar una cena, pero como provisiones sólo tengo un poco de salmón ahumado. Quisiera ir de compras pero me acuerdo que es domingo por la tarde y todas las tiendas están cerradas. Pienso en telefonear a algunos proveedores, pero el teléfono está averiado. De manera que he de renunciar al deseo de dar una cena.

Freud a esto va a responder que en verdad se realiza un deseo en el sueño que es el de tener un deseo insatisfecho. A partir de las asociaciones con el sueño, sabemos que la bella carnicera quiere caviar y el marido quiere dárselo. Sin embargo, le pidió que no se lo dé porque sabe cómo mantener el deseo del Otro en vilo, sabe que lo que demanda no es lo mismo que lo que desea.

Es por esta relación al deseo del Otro que Lacan va a ubicar la pregunta que subyace en el sujeto histérico y que está en relación a ¿qué lugar ocupo en el deseo del Otro? Pero ya en el seminario 3, Lacan sostiene que lo que un sujeto histérico se pregunta es del orden del ser, es decir, ¿Qué es ser una mujer?, ¿Soy un hombre o soy una mujer?

En  el Seminario 3 – donde se aborda a la histeria en función de la pregunta que abre sobre lo femenino –, Lacan sostiene que «volverse mujer y preguntarse qué es una mujer son dos cosas esencialmente diferentes (…) aún más, se pregunta porque no se llega a serlo y, hasta cierto punto, preguntarse es lo contrario de llegar a serlo.»

Lacan señala que en la histeria se responde a la pregunta por lo femenino a partir de la identificación viril: la histérica se identifica con un hombre, al tiempo que cede la posición femenina a alguna otra mujer que encarna para ella el misterio de la feminidad. Esto es algo que lo pueden encontrar desarrollado en el texto Intervención sobre la transferencia de Escritos 1, donde muestra a partir del caso Dora cómo los celos que ella mantenía por la Sra. K encubrían una pregunta acerca de su propia sexualidad. En el sentido que se supone esta señora sabía qué es ser una mujer, sosteniendo el deseo por dos hombres, el padre de Dora y el Sr K.

En el seminario 17, Lacan caracterizará al deseo insatisfecho de la histérica como goce de la privación. Pasamos así del deseo al goce. Sostiene que la histérica goza de estar privada, ¿de qué? Del falo. Dirá Mónica Torres que “[e]s en este punto que Freud se confundió con Dora, con Irma y con Isabel, al mandarlas a gozar del órgano: la histérica goza de que haya Otra que la prive de él”.

Esto se encuentra desarrollado en el capítulo “El Amo Castrado” donde Lacan sostiene que la histérica

[t]iene el mérito de mantener en la institución discursiva la pregunta por lo que constituye la relación sexual, a saber, cómo un sujeto puede sostenerla o, por el contrario, no puede sostenerla. En efecto, la respuesta a la pregunta por saber cómo puede sostenerla es la siguiente – dándole la palabra al Otro y precisamente como lugar del saber reprimido.

La verdad, dirá aquí Lacan, la constituye el saber sexual que se presenta como extraño al sujeto, es decir, lo que para Freud sería lo reprimido.

En este seminario Lacan dará todo su valor al padre con respecto a la histeria, especialmente al padre idealizado. Retoma el caso Dora planteando que su padre es un excombatiente, está en falta, “es evidente que está en las últimas, muy enfermo”. Tiene impotencia sexual. Es el hombre del deseo, está castrado. Entonces se pregunta para qué un tercer hombre, el Sr K. “Su valor reside en el órgano, pero no para que Dora sea feliz con él, si puede decirse así, sino para que otra la prive de él.”

Cuando el Sr. K le dice: mi mujer no representa nada para mí, dirá Lacan que en ese momento se le ofrece el goce del Otro y ella no lo quiere. La Sra. K, por su parte, es la que sabe sostener el deseo por su padre idealizado y, a la vez, privar a Dora. Dora no quiere acceder al hombre del goce, goza siendo privada; o lo que dirá “quiere el saber como medio de goce”. No quiere encontrarse con el hombre del goce, ni acceder al goce del Otro. Hay un rechazo al cuerpo.

Miller, en Introducción al método psicoanalítico, se referirá a los fenómenos corporales de la histeria para marcar la distinción con la psicosis, y dirá que esta “distancia tomada con relación al cuerpo o sentimiento del cuerpo como otro” dificulta muchas veces el diagnóstico diferencial.

Lo importante aquí es que esta cuestión del goce de la privación pasa a ser un antecedente de lo que desarrollará en el Seminario 20 Aún, sobre el goce femenino. Es decir, la histérica ubicada en el lado macho de la tabla, goza de la privación en tanto hay un goce que va más allá del falo.

Si hasta antes de este seminario estábamos aún en la clínica de las preguntas, acerca de qué soy, hombre o mujer, aquí se inaugura la clínica de las respuestas. La histeria pasa a ser un modo más de responder al No hay de la relación sexual.

 

NEUROSIS OBSESIVA

Por Sebastián Ibañez

De la neurosis obsesiva tal como la sitúa Freud en su primera época, en términos estructurales y de mecanismos psíquicos fundantes, dando cuenta de la particularidad de cada estructura, hallamos en la última enseñanza de Lacan un cambio de perspectiva. No basta con la estructura o con los síntomas “típicos”, como los refería Freud, sino que además es necesario poder avanzar a un más allá de la estructura, encontrando la “singularidad” de los modos de gozar de un sujeto llamado obsesivo, histérico, fóbico.

Del obsesivo encontramos como principal elemento de la estructura un sujeto que “padece del pensamiento”. “Pensar de más” es un rasgo de los sujetos obsesivos, convirtiéndose en algunos casos en un síntoma. El sujeto obsesivo sufre de su pensamiento, lo estorban. Lacan define en su escrito Televisión del año 1973 al síntoma obsesivo como siendo del orden de “un pensamiento que estorba el alma”. Un pensamiento que muchas veces inhibe la acción, quedando en una rumiación del mismo pensamiento que reviste características de una imposición. Pero no es una imposición como lo sería en la psicosis, como un real no simbolizado que se impone. En la obsesión ese pensamiento puede ser significantizado: el sujeto obsesivo puede apelar a otro significante para darle sentido y desplegar así la cadena significante. En la psicosis, en cambio, este pensamiento adquiere estatuto de una certeza.

Asimismo, el obsesivo, que al igual que la histérica tiene necesidad de un deseo insatisfecho, a diferencia de esta, resuelve la evanescencia de su deseo produciendo un deseo prohibido. Su deseo se presenta como  siendo imposible, en tanto que siempre hace existir una imposibilidad para realizar lo que desea. Ello consiste  en alejarse de los momentos y situaciones donde su deseo se pone en juego, desplegando una serie de prohibiciones, restricciones. Ejemplo de ello es un sujeto que en sesión dice: me di cuenta que si llegaba con las cuentas para realizar el viaje que tanto anhelaba. Hace años que lo quiero realizar y por una cosa y la otra no lo realizo. Me di cuenta que yo genero las complicaciones, es más lo que uno se hace la cabeza que la realidad”.

El obsesivo no quiere saber nada de su deseo, por lo que se transforma en deseo imposible. Necesita plasmarlo como imposible, ya que en el momento en que el obsesivo accede a su deseo, este se anula, paradojas del deseo. A su vez, no se plantea como la histérica el deseo como deseo del otro, sino más bien lo establece como: o su deseo o el Otro. Mónica Torres en su libro Clínica de las neurosis dirá que “el obsesivo se plantea una especie de opción: o el deseo o el Otro. Cada vez que él dice yo quiero se afirma en un querer que, en general, es contra el otro. Le parece que lo que si él quiere, también lo quiere el Otro, entonces, ya no se trata exactamente de su propio deseo, ya no le es tan propio”. En eso radica la obcecación o el capricho obsesivo, no es ni uno ni el otro. El obsesivo confunde la demanda con el deseo: lo que él supone de la demanda del otro es su interpretación.

Jaques Alain Miller, en su escrito “Síntoma y fantasma”  del libro Conferencias porteñas, dirá que “el  obsesivo a diferencia del sujeto histérico que se ubica como Amo (produce un saber),  se ubica voluntariamente como esclavo”.  En el sentido de lo que tiene que hacer, tiene que hacer esto, aquello, siendo esclavo de sus propios mandatos. Por ejemplo, un sujeto que en sesión, quejándose de su padre, dice: “la gente es muy déspota, quieren que el otro haga todo, ya estoy cansado de cargarme con cosas de los demás, ahora tengo que ir a ver a mi padre, dejar en el colegio a mi sobrino al colegio, tengo que hacer tantas cosas”. Intervengo diciéndole que no hay peor déspota que uno mismo, intervención a partir de lo cual hablara en la próximas sesiones del déspota que lleva dentro. Esclavo de su pensamiento, incluso puede llegar a serlo de una mujer, como un sujeto que en varias sesiones comenta: “no sé qué hacer con esta mujer me hace pensar, no sé qué quiere, me dice una cosa pero yo entiendo otra, me hago preguntas y preguntas, por eso fue que consulto”.

Otro rasgo de estructura en la obsesión es el problema que tiene el obsesivo con el tiempo. En la última enseñanza de Lacan, este problema del tiempo del obsesivo  se traduce en un “gozar de la postergación del goce”. Hay un goce que se puede posponer, que es muy fácil de escuchar por ejemplo cuando dicen “lo voy a pensar”, “mañana lo resolvemos”. Todos estos rasgos de estructura constituyen en sí mismos modos de hacer con lo que hay, constituyéndose en modos defensivos frente con ese agujero en lo real.

 

 

ULTIMO LACAN

Por Gabriela Agostinelli

Hay que tener en cuenta que los desarrollos de Lacan coinciden necesariamente con la  época que se caracteriza justamente por la caída del orden Simbólico, del Nombre del Padre y con cómo va cambiando su concepto de goce.

De la falta al agujero, concepto que plantea Miller en el Real y el sentido, donde además establece la diferencia entre el primer y el último Lacan.  María Esther Novotny planteará que “ser Lacaniano supone atender al concepto de defensa, la orientación es por el agujero real”.

Se podría casi decir represión como lo que está en menos, lo deficitario; o defensa, trabajo de defensa contra lo real.

El lugar en que Freud pone a prueba el concepto de represión es el texto El malestar en la cultura (1929), al hablar de la batalla entre las exigencias instintivas y las restricciones culturales, Eros vs Tánatos, y el amor como un intento de ligar. Lacan ubica la defensa, sosteniendo que la cultura es un dispositivo de defensa frente a lo real y no el sujeto contra sí mismo.

¿Frente a qué nos defendemos? Freud dirá frente a las representaciones intolerables, mientras que Lacan dirá que frente a un real fuera de sentido, forclusivo, es el real del inconsciente.

Lacan en su seminario 20 referirá que el dato primero es lalengua, el lenguaje es un semblante, “es lo que procura saber sobre la función de lalengua”. Se observa así el privilegio del goce por sobre lo simbólico, el pasaje de la dominación del Nombre del Padre por el anudamiento: la clínica de los nudos.

Para Freud, está la falta – castración, en el sentido clínico tratamiento del Nombre del Padre, hay solidaridad entre el padre y el falo. Esta falta supone una falta en el saber, lo que hace al concepto de represión. Miller dirá en Los signos del goce, que “la operación del padre es un no querer saber sobre ese goce que no está satisfecho por la función fálica”. La falta, entonces, implica la ausencia de un lugar, que en ausencia se conserva. Mientras que el agujero es la desaparición de los lugares, hay un agujero en el lugar del Otro, un agujero en el universal. Se podría pensar entonces que primero está el agujero y la castración como un intento de sutura del mismo. 

En el seminario 20 de Lacan, aparece el “no hay”, no hay relación sexual,  es un para todos pero en negativo, falta algo que permite inscribir la proporción adecuada a la relación sexual. Esto hace al ser hablante diferente a la especie, abierto a las variaciones, a la contingencia y a la invención.  Entonces, siguiendo a Mónica Torres podríamos decir que es la clínica de las respuestas, las fórmulas de la sexuación son el modo en que cada cual responde a la pregunta por la elección del sexo, independientemente del sexo biológico, se puede inscribir del lado hombre o mujer.

Miller plantea que este modo de relación inventado, particular y fallido es lo que se va a nombrar síntoma. Aquí vemos como el síntoma no es un conflicto sino que aparece como un funcionamiento. El goce aquí no aparece como mortificante, sino a partir del imperativo “goza tu síntoma”. Se podría decir un modo de gozar más del lado de la vida, más vivificante.

¿Por qué Lacan habla de un real forclusivo? Para Freud la histeria fue el punto privilegiado para fundar su teoría, un saber que llamo reprimido y un amor que llamo transferencia. Para Lacan su punto de privilegio fue la psicosis, allí se encontró con lo forcluido: “hay un rechazo, hay un indomable, un indecible no solo para el psicótico, es lo que llamamos la generalización de la forclusión… todos psicóticos”.

Miller en Los signos del goce, sostiene que todo goce se rige en relación a un agujero, que hay un carácter activo del rechazo al goce, diferente a no querer saber o decir. Entonces, primero estaría lo real y luego aquello que hace el sujeto para defenderse.  María Esther Novotny  sostendrá que  “[p]or el lenguaje el sujeto del significante está muerto. Hay que trabajar más con el sujeto vivo, con el parletre, con el síntoma donde nos encontramos con el goce”. Este goce necesita un soporte vivo, un cuerpo, gozar es cosa de cuerpos que incluye un real fuera de sentido. Entonces, no se trata del saber como memoria subjetiva de Freud y en el primer Lacan, sino de “orientarnos por cuales son los significantes productores de goce hoy en la realidad viva del sujeto”.

Se llama entonces la clínica del funcionamiento, lo que hay, hay goce, hay semblantes que producen efectos en lo real que funcionan, que son efectivos como lo es el Otro como tal. El síntoma aparece aquí entonces como un tratamiento, como una defensa más o menos estable. No partimos de la falta justamente porque hay un rechazo al goce y una defensa más o menos efectiva en esto de localizar al goce. Hasta ahora, entonces, se puede nombrar a la cultura, la existencia del Otro, la castración, el inconsciente, la Metáfora Paterna, como modos de anudamiento de lo real, dispositivos de defensa. A esto le agregamos que neurosis, psicosis y perversión también lo son. 

¿Esto significa que hay que dejar la estructura de lado?  Novotny dirá que poner distancia a la estructura no es desestimarla, sino advertir la posibilidad de otra cosa, que es el goce. Existe la estructura pensada desde la Metáfora Paterna, pero también la estructura del Nudo. Lacan en el Seminario 23 planteará que “es mi nueva metáfora, es decir, el nudo es una metáfora, algo tiene que abrochar arriba, abajo, algo tiene que estabilizarse, la metáfora es una modalidad”.

Entonces, es factible pensar la estructura como defensa, pero una defensa que nos orienta para saber qué consecuencias tiene este consentimiento que da el sujeto a que el Otro exista. Mónica Torres indica que hay que vascular entre esto de la estructura que tiene su valor, porque refiere a la invención del Otro, y ubicar el uno por uno, el modo de gozar del sujeto, su singularidad

El valor que le da Miller en Introducción al método psicoanalítico a las estructuras es situado en torno a la importancia en las entrevistas preliminares de que el analista pueda responder de que estructura se trata.

Puede ubicarse como indicación en esta última enseñanza el acto de perturbar la defensa, no sin tener en cuenta estas estructuras.

Ahora, frente a esto de la clínica del funcionamiento, surge el interrogante entonces de por qué alguien consulta.  Creemos que la respuesta es lo económico desde Freud a Lacan, ese plus que escapa y, en este último Lacan, se podría decir, ese real que irrumpe y que hace padecer al sujeto.

 

*Integrantes del CID Santiago del Estero.

Clase Dictada en el Colegio de Psicólogos de Santiago del Estero.

Ciudalitica | 2018

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